lunes, 16 de marzo de 2009

Sesión 9 (13-Marzo-2009) [Crónica de Bárbara]

“Wovoka se levantó, y, como cada mañana se quedó un rato tumbado en su estera, remoloneando sin mayor preocupación que la de estar tranquilo consigo mismo, teniendo en mente tan solo el ritmo de su respiración. Poco a poco fue desperezándose, activando cada una de sus extremidades, y estirándose de esa forma tan poco cortés cuando hay visitas pero que reporta una sensación extremadamente agradable.

Esa mañana se sentía pletórico aunque no hubiese una razón concreta para ello (o quizás hubiese muchas, las miles que en el fondo dan sentido a nuestra vida). Estaba cargado con una energía especial, como si los rayos de sol que se filtraban por entre las costuras del tipi transfirieran directamente su fuerza a las manos de Wovoka, sobre las que incidían. Nuestro amigo sintió que esa carga recorría de punta a punta sus extremidades superiores, describiendo una trayectoria de ida y vuelta. _”¡Hoy es un buen día!”, pensó.

Al incorporarse, notó la tierra cálida bajo sus pies descalzos. El calor que la arena había ido absorbiendo desde el amanecer lo cargó de nuevo de energía, que, esta vez recorrió por completo su cuerpo en todas direcciones.

Sus ojos color miel repararon de pronto en un surco serpenteante que rompía la armonía de la Gran Llanura. Wovoka se tumbó y, con su gran instinto cazador se deslizó siguiendo el rastro del reptil que había dejado su huella creyéndose cerca de conseguir su almuerzo. El color parduzco de su ropa, hacía que la silueta pareciera fundirse más si cabe con el suelo terroso.

La búsqueda pronto obtuvo su recompensa. No era una serpiente cualquiera, se trataba de una gran Cascabel Diamantada del Oeste con la que se enredó en una lucha cuerpo a cuerpo rodando por el polvoriento terreno. A primera vista, no se podía distinguir si era nuestro amigo o la serpiente los que tomaban la iniciativa, tan solo se veían dos cuerpos entrelazados avanzando por el suelo, dejándose ver ahora las piernas, luego la cabeza y más tarde la silueta de su oponente. Aunque no fue una tarea fácil, nuestro compañero se hizo con su presa.

Una vez llevó sus provisiones al campamento, Wovoka tomó su caballo para conducir una manada de tatamka hasta un arroyo cercano. Como buen indio arapaho, cabalgaba sin silla ni embocadura, haciéndolo directamente sobre el lomo del animal. Wovoka disfrutaba avanzando a gran velocidad, mientras que su pelo de color azabache volaba libre al viento. Le encantaba hacer acrobacias sobre su corcel realizando equilibrios y cabriolas sobre el animal, sin llegar a perder en ningún momento ni el contacto con el cuero del equino ni desestabilizarse.

Aquella noche, como todas las de luna nueva, bajo la atenta mirada de las estrellas parpadeantes, toda la tribu bailaría la “Danza de los Espíritus”. En ella quedarían representadas todas las escenas de la vida cotidiana, todo aquello cuanto les había ido sucediendo. No era un baile ensayado, y aún así, había una complicidad pasmosa entre cada uno de los miembros de la tribu, como si las briznas de fuego que volaban por el aire desde la hoguera central les susurrasen al oído aquello que tenían que bailar.

En aquella danza, hasta los grandes tropiezos de la vida quedarían representados.”

1 comentario:

Babi dijo...

Oopsss!!! Se me olvidó poner lo de los árboles!!! jejej.
Bechos varios!